TOKIO.- En el año 1959, un trio vocal de guitarras integrado por latinoamericanos lanzó un tema dedicado al símbolo nacional japonés.
Se trató de Los Panchos formado en Nueva York en 1944 por Alfredo Gil y Chucho Navarro, ambos mexicanos, junto al puertorriqueño Hernando Avilés.
Se convirtieron en leyenda por difundir el bolero romántico a nivel mundial, caracterizado por sus armonías vocales y el uso del requinto, una pequeña guitarra inventada y tocada por el propio Gil.
Su llegada a Japón
A finales de los años 50, Los Panchos ya eran figuras enormes en América Latina, Estados Unidos y España. En 1959, realizaron una gira por Japón que desató una auténtica fiebre musical.
El público japonés, y en particular muchas mujeres, se sintieron profundamente atraídos por la melancolía de sus boleros, su elegancia escénica y la dulzura de sus voces.
Durante esa visita, grabaron varias canciones que se convirtieron en clásicos en tierras niponas. Entre ellas destacan:
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“Se llama Fujiyama”, una canción simpática y encantadora, cantada en parte en español y parte en japonés, por el trío Tri-Kats, dedicada con ternura al Monte Fuji.
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También versionaron temas universales como “Solamente una vez”, “Quizás, quizás, quizás”, y otros boleros que incluso fueron traducidos al japonés.
¿Por qué cautivaron tanto a los japoneses?
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La profundidad emocional del bolero conectaba perfectamente con el sentimiento japonés del natsukashii —esa nostalgia tierna por lo que ya pasó.
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Su elegancia en el escenario, el respeto hacia la cultura local y el esfuerzo por cantar en japonés despertaron un enorme cariño.
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Grabaron discos pensados exclusivamente para Japón, lo que hizo que su música se sintiera más cercana y especial para el público local.
El legado que dejaron
Aunque pasaron décadas desde aquella gira, la huella de Los Panchos sigue viva en Japón:
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Muchos artistas japoneses continúan interpretando boleros en español como un homenaje a su estilo.
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Se han producido documentales y programas especiales dedicados a su paso por Japón.
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Y su música aún suena en cafés tradicionales, estaciones de tren y programas nostálgicos, como un puente entre culturas que nunca se rompió.
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