Disciplina ancestral en pleno barrio japonés

 


📍Tōkyō / 20 de diciembre


A plena luz del día, en una calle común de un barrio japonés, la rutina se rompe sin aviso. No hay sirenas ni festivales, pero la escena impone respeto: un grupo de luchadores de sumo, casi desnudos, con el mawashi ajustado al cuerpo, saltan la cuerda pesadamente sobre el asfalto. Sus movimientos hacen temblar el suelo; su respiración marca el ritmo.

No es un espectáculo improvisado ni una excentricidad. Es parte del entrenamiento. En el mundo del sumo, la disciplina no se limita al dohyō. El cuerpo se forja todos los días, en cualquier espacio disponible, incluso en la calle. Los rikishi —luchadores aún en rangos bajos— obedecen instrucciones, mantienen la fila, sostienen la velocidad. Nadie se detiene.

No hay gritos ni aplausos. El respeto se expresa con distancia. En Japón, el sumo no es solo un deporte: es tradición viva, una forma de vida que convive con lo cotidiano, aunque choque visualmente con la modernidad del entorno urbano.

La imagen condensa un contraste poderoso: cables eléctricos, edificios bajos y autos estacionados frente a cuerpos entrenados bajo reglas ancestrales.

El sumo no pide permiso para existir; simplemente avanza. Y al hacerlo, recuerda que esta disciplina milenaria sigue respirando, sudando y formándose lejos de las cámaras oficiales, en calles que por un instante se transforman en extensión del ritual.

 




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