📍Ciudad del Vaticano | 27 de abril de 2025


En medio de un profundo clima de oración y recogimiento, el mundo despidió este 26 de abril al papa Francisco, quien fue finalmente sepultado en la Basílica de Santa María la Mayor de Roma.

Se cumplió su deseo más íntimo: descansar junto a la Virgen Salus Populi Romani, a quien tanto amó y confió su vida.

Después de la emotiva Misa de exequias celebrada en la Plaza de San Pedro, a la que asistieron más de 250.000 fieles y representantes de todo el mundo, el cortejo fúnebre emprendió un lento recorrido por las calles de Roma.

A cada paso, miles de personas se agolpaban a ambos lados del camino, despidiéndose con lágrimas, oraciones y aplausos espontáneos.

La última parada fue en el corazón de una Roma que también lloraba: la majestuosa Basílica de Santa María la Mayor, situada en la colina del Esquilino.

En su entrada, el féretro fue recibido por el Cardenal Rolandas Makrickas y por un grupo de pobres acompañados por miembros de la Comunidad de Sant’Egidio, en un gesto cargado de simbolismo que recordaba el amor incondicional de Francisco por los más necesitados.

 


La devoción que marcó toda su vida


El papa Francisco no eligió este lugar al azar. Desde antes de ser pontífice, cada vez que llegaba a Roma, acudía a esta basílica para postrarse ante la Virgen Salus Populi Romani, buscando en su mirada de Madre la fuerza y el consuelo para su misión.

Desde su elección en 2013, esta relación se volvió aún más intensa: visitó a la Virgen antes y después de cada viaje apostólico que realizó, agradeciendo siempre los frutos espirituales.

Incluso, en sus últimos días de vida, debilitado por la enfermedad, quiso despedirse personalmente de Ella.

El pasado 12 de abril, en uno de sus últimos actos públicos, se acercó a rezar, cerrando así un círculo de amor y fe que había comenzado muchos años atrás.

 


Una sepultura sencilla, como su vida


La sepultura del papa Francisco fue discreta y profundamente respetuosa. Se eligió un nicho en la nave central de la basílica, entre la Capilla Paulina —que guarda el venerado ícono mariano— y la Capilla Sforza. El espacio, que antes era utilizado para almacenar candelabros, fue transformado en su último hogar terrenal.

El rito de entierro se realizó de forma privada, sin ostentación, acompañado solamente por:

•El Cardenal Camarlengo Kevin Farrell,

•El Vicario de la Diócesis de Roma,

•El Prefecto de la Casa Pontificia,

•El Maestro de Ceremonias

•Y los familiares más cercanos del papa.

Siguiendo el protocolo tradicional para los pontífices:

•Se selló el ataúd con los sellos oficiales del Vaticano.

•Se redactó un acta notarial para dejar constancia formal del entierro.

•Se bendijo el féretro con agua bendita y se rezó el Salve Regina, un canto a María que tanto significaba para Francisco.

La tumba es sobria y austera, como el mismo Francisco quiso: una lápida de mármol de Liguria —la tierra de sus abuelos, en el norte de Italia—, con una única inscripción: “FRANCISCUS”.

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Un gesto que rompe con más de un siglo de tradición


Desde 1903, ningún Sumo Pontífice había sido sepultado fuera del Vaticano. Aquella vez fue el papa León XIII, trasladado a la Catedral de San Juan de Letrán. Francisco, fiel a su estilo humilde y cercano al pueblo, decidió descansar en una iglesia abierta, viva, donde cualquiera pueda acercarse a rezar o simplemente acompañarlo en silencio.

Con este gesto, el papa Francisco deja un legado no solo espiritual, sino también humano: la importancia de estar siempre cerca de la gente, incluso en la muerte, y de confiar cada paso en las manos de la Virgen.

Así, Roma y el mundo entero dicen adiós —o mejor dicho, hasta siempre— a un pastor que caminó entre su pueblo con humildad, que lloró y rió con los suyos, y que ahora reposa bajo la mirada tierna de la Madre que tanto amó.

 



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