Japón ante el espejo: miedo, dependencia y el giro silencioso del sentimiento nacional


📍Tōkyō | 5 de diciembre



En un país donde la natalidad cae año tras año y la población envejece a un ritmo sin precedentes, Japón enfrenta una paradoja que se ha vuelto imposible de ignorar: necesita abrir sus puertas a trabajadores extranjeros para sostener su economía, pero una mayoría creciente de sus ciudadanos comienza a rechazarlos.

La más reciente encuesta nacional de The Yomiuri Shimbun y el Instituto de Ciencias Sociales Avanzadas de la Universidad de Waseda revela un cambio brusco en el ánimo colectivo.

Hoy, 59% de los japoneses se opone —o se opone “en cierta medida”— a la aceptación activa de mano de obra extranjera. El dato contrasta de forma dramática con el sondeo del año anterior, cuando los partidarios de la apertura superaban ligeramente a los escépticos. Esta vez, el péndulo ha girado, y lo ha hecho con fuerza.

 

El trasfondo emocional: un país que teme lo desconocido pero depende de él

Las cifras esconden sentimientos profundos que atraviesan la sociedad japonesa.

Un 68% de los encuestados afirma temer un deterioro de la seguridad pública si aumenta la población extranjera.

Un 63% prevé conflictos derivados de diferencias culturales, de idioma y costumbres.

Pero la paradoja emerge enseguida: 61% reconoce que los trabajadores extranjeros ayudan a aliviar la escasez de mano de obra, un problema que golpea especialmente a sectores como el cuidado de ancianos, la construcción y los servicios.

Japón teme, pero también necesita. Japón duda, pero no puede prescindir.

 

La sorpresa generacional: los jóvenes, los más desconfiados

El dato que más desconcierta a los observadores políticos se esconde en la franja de edad que debería ser más globalizada: los jóvenes de 18 a 39 años.

En este grupo, el temor al deterioro de la seguridad pública alcanza el 79%, superando incluso a la población mayor.

La contradicción es evidente: la generación que creció conectada al mundo, rodeada de cultura global, fluida en redes sociales e idiomas, aparece ahora como la más recelosa frente a la diversidad. Es un giro que rompe viejos supuestos sobre el cosmopolitismo juvenil.

 

Nacionalismo práctico: primero lo nuestro

La encuesta también muestra el ascenso de un sentimiento que algunos analistas describen como “nacionalismo práctico”: el 70% de los japoneses declara priorizar los intereses nacionales por encima de la cooperación internacional.

Se trata del nivel más alto desde que este indicador se mide en 2017.

Este clima también se refleja en la percepción hacia figuras políticas extranjeras. Aunque solo un 28% expresa simpatía hacia el expresidente de Estados Unidos Donald Trump, entre los jóvenes el apoyo sube al 54%.

Los especialistas insisten: no es Trump quien seduce, sino su mensaje de autoprotección y prioridad nacional. Una narrativa que encaja con las ansiedades de un país que siente que el mundo exterior se vuelve más incierto.

 

Seguridad nacional: consenso frágil, grietas internas

El debate sobre la defensa ocupa otro lugar central en la opinión pública. Un 67% respalda reforzar la capacidad defensiva del país, impulsado por la tensión regional y la modernización militar de países vecinos.
Pero la oposición crece lentamente, reflejando un país que aún lucha por definir hasta dónde debe avanzar su política de seguridad.

Incluso dentro del gobernante Partido Liberal Democrático comienza a notarse una fractura silenciosa. Las bases que simpatizan con Sanae Takaichi y Shigeru Ishiba muestran posiciones notablemente distintas, sobre todo en defensa y política exterior.

Los analistas lo llaman “la alternancia fantasma”: Japón no cambia de partido, pero sí de rumbo ideológico, dependiendo de qué facción logre imponer su visión.

 

Un país cansado de su política… pero sin mapa para el futuro

El descontento ciudadano es abrumador: 88% expresa insatisfacción con la política nacional. Es una cifra que captura el agotamiento de una sociedad que percibe estancamiento, falta de liderazgo y una burocracia que se mueve más lento que los problemas que intenta resolver.

Por primera vez desde 2018, más japoneses prefieren “cambio” (52%) antes que estabilidad (46%). Una señal poderosa, pero también ambigua: el país quiere avanzar, pero no tiene claro hacia dónde.

Japón, tierra de tradiciones milenarias y prudencia política, se encuentra hoy asomado a un espejo incómodo: uno que refleja sus miedos, su dependencia económica, su deseo de protección y, sobre todo, su incertidumbre.

La sociedad sabe que no puede seguir igual… pero aún no descubre el camino que quiere recorrer.

 


⚖️ Marco legal y político


📌 Base normativo-migratoria

  • Ley de Control de Inmigración y Reconocimiento de la Condición de Refugiado
    Regula entradas, visados, permanencia y expulsión de extranjeros. Permite al gobierno endurecer o flexibilizarcriterios según intereses nacionales.

  • Sistema de Trabajadores Calificados (Tokutei Ginō)
    Creado para cubrir déficits laborales (cuidado de mayores, construcción, agricultura, manufactura). Su expansión o restricción depende hoy del pulso social.

📌 Seguridad y defensa

  • Artículo 9 de la Constitución japonesa (reinterpretado): habilita fortalecimiento defensivo bajo el marco de “autodefensa colectiva”.

  • Leyes de Seguridad de 2015: permiten mayor integración con aliados y respuesta ampliada ante amenazas.

📌 Política y gobernabilidad

  • No hay reforma constitucional directa sobre migración, pero las directrices del gabinete pueden rediseñar cupos, requisitos y sectores “prioritarios” con rapidez.

  • El debate interno del PLD puede traducirse en políticas más restrictivas aun sin cambiar el partido en el poder.

 

 

Anexo


Gaikokujinrōdōsha: La aritmética silenciosa que sostiene a Japón


En un país que envejece más rápido de lo que logra reemplazar su fuerza laboral, Japón libra una batalla demográfica que ya no admite metáforas: simplemente faltan trabajadores. Y en medio de esa ecuación complicada —salarios estancados, pensiones presionadas, empresas desesperadas por mano de obra— una cifra emerge como un recordatorio de la fragilidad del sistema: solo entre el 2 % y el 3 % de la fuerza laboral japonesa está compuesta por trabajadores extranjeros.

El dato sorprende porque contrasta con la visibilidad creciente de rostros filipinos, vietnamitas, chinos, nepalíes o latinoamericanos en fábricas, konbinis, cadenas de comida rápida, hoteles y casas de cuidado. Pero las estadísticas son claras: por cada cien trabajadores en Japón, apenas tres no nacieron en el archipiélago. Aun así, su presencia es más decisiva de lo que los números dejan ver.

 

Una fuerza laboral imprescindible pero insuficiente

Los ministerios y los think tanks lo repiten con crudeza: Japón pierde cada año alrededor de 500.000 personas en edad laboral, mientras que la economía requiere más velocidad, más manos, más cuerpos. En ese vacío, los trabajadores extranjeros han sido la red de seguridad mínima que evita el colapso de sectores enteros: logística, manufactura, agricultura, cuidados a ancianos, restauración.

El incremento de extranjeros con estatus “Técnico-Trabajador”, los estudiantes que trabajan a tiempo parcial, y la expansión del programa de Formación Técnica (技能実習) han permitido sostener producciones que, de otro modo, se habrían detenido. Sin esas manos, muchos negocios cerrarían; sin esos turnos nocturnos en konbinis, el Japón urbano se vería extraño y silencioso.

 

¿Financian las pensiones? La verdad detrás del mito

En los últimos años se ha repetido una frase tanto en tertulias como en comentarios de redes sociales: “Los extranjeros financian las pensiones de los ancianos japoneses”. La imagen es seductora: jóvenes inmigrantes cargando sobre sus hombros un sistema de pensiones en crisis.

Pero la realidad es más matizada.

Sí, los extranjeros cotizan obligatoriamente al seguro social y, por lo tanto, contribuyen al fondo que paga pensiones y servicios de salud. Sí, su participación ayuda a compensar —aunque mínimamente— la caída de trabajadores japoneses. Y sí, en algunos sectores sus aportes fiscales se han vuelto indispensables para sostener la actividad económica.

Sin embargo, su peso demográfico es todavía demasiado pequeño para afirmar que “financian” el sistema. Las pensiones de Japón —un país con un 30 % de población mayor de 65 años— dependen de cientos de miles de millones de yenes recaudados entre empresas, trabajadores y el propio Estado.

La contribución extranjera alivia, apoya, amortigua, pero no salva.

Lo que sí es cierto es que, sin ellos, el agujero sería aún mayor. Un Japón sin mano de obra extranjera tendría más cierres de empresas, menor recaudación fiscal, y un sistema de bienestar todavía más tensionado. Es decir, no financian las pensiones, pero contienen la caída.

 

La paradoja japonesa: los necesitamos, pero no queremos admitirlo

Mientras el país se vuelve más dependiente de la inmigración laboral, las encuestas muestran un aumento del rechazo social hacia la aceptación activa de trabajadores extranjeros. La percepción de inseguridad, las diferencias culturales y la nostalgia por un Japón homogéneo alimentan un debate nacional cargado de ansiedad.

Pero en las cadenas de montaje, en los asilos de ancianos, en los invernaderos y en las madrugadas silenciosas de los konbinis, la realidad se impone: Japón funciona gracias también a quienes no nacieron aquí.

Y si la tendencia demográfica continúa —nacimientos en mínimos históricos, jubilaciones masivas, caída de población activa— ese 3 % podría convertirse en la pieza más crítica de la maquinaria económica. Porque, para mantener encendida la luz de un país que envejece, cualquier mano extra cuenta. Y Japón, silenciosamente, ya depende de ellas.



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