El día que Japón recuerda su crimen perfecto
📍Tōkyō | 10 de diciembre
En Japón, el 10 de diciembre, no es un día cualquiera.
Cada año, como si una página invisible del calendario activara una memoria dormida, el país vuelve la mirada a un caso que parece escrito por un guionista con obsesión por el detalle: el San-okuen jiken / 三億円事件, el famoso Robo de los 300 millones de yenes.
Un episodio que no solo sacudió la historia criminal japonesa: redefinió la relación entre confianza, instituciones y anonimato en un país que creía tenerlo todo bajo control.
Fuchū, 1968: invierno, humo y un uniforme que engañó al país
Todo ocurrió el 10 de diciembre de 1968, en Fuchū, Tokio.
Un automóvil de Toshiba avanzaba hacia su destino con un tesoro silencioso: 300 millones de yenes destinados a los bonos de fin de año de cientos de trabajadores.
Entonces apareció él.
Un joven vestido como un policía motorizado, impecable en su papel, autoridad en cada gesto.
Les habló de un posible atentado con explosivos, de un peligro inminente. Lo hizo con tal aplomo, tal teatralidad, que los empleados—gente común atrapada en un instante extraordinario—obedecieron sin dudar.
El falso oficial les pidió que descendieran. Agachado junto al vehículo, fingió inspeccionar… y en cuestión de segundos, subió al auto y desapareció entre calles polvorientas y descampados que tragaron su rastro para siempre.
En ese instante nació una leyenda.
El botín que nunca volvió y el ladrón que se volvió sombra
El botín —que hoy equivaldría a varios miles de millones de yenes— se convirtió en la mayor suma jamás robada en Japón hasta ese momento.
Pero lo que realmente desconcertó al país no fue la cantidad, sino lo que vino después:
- decenas de pistas,
- retratos hablados contradictorios,
- una motocicleta falsa,
- herramientas abandonadas,
- rumores, imitadores, callejones sin salida.
Y ni una sola identidad confirmada.
El caso se transformó en un laberinto policial donde cada puerta conducía a otra sombra, a otra teoría. Japón entero se paralizó observando cómo un ladrón sin rostro burlaba todos los hilos de la ley.
1975: el reloj se detiene y nace el mito del “crimen perfecto”
Finalmente, el 10 de diciembre de 1975, exactamente siete años después del robo, llegó el silencio definitivo:
el delito prescribió.
El ladrón —fuera uno o varios— quedó oficialmente libre de toda persecución penal.
Japón, un país que presume de orden, precisión y vigilancia, tuvo que aceptar una verdad incómoda:
este crimen los había vencido.
Desde entonces, el Caso de los 300 millones se convirtió en un símbolo del “crimen perfecto”, una grieta en la narrativa nacional, un recordatorio de que incluso en sociedades altamente organizadas, el azar y el ingenio pueden torcer el destino.
Consecuencias que cambiaron el país
La herida institucional fue profunda:
- Las empresas empezaron a abandonar el uso de efectivo para pagar salarios.
- Se consolidó el depósito directo en cuentas bancarias.
- La seguridad en el transporte de dinero dio un giro total.
El fantasma del ladrón, aunque invisible, obligó al país entero a modernizarse.
Pero lo más inquietante permanece intacto:
ni un solo billete robado —incluidos los 2.000 billetes de 500 yenes cuyos números de serie la policía publicó— volvió a aparecer jamás.
Es como si el dinero hubiera sido tragado por el aire.
La historia que no se deja cerrar
El “Caso de los 300 millones” sigue respirando en libros, películas, mangas, documentales y foros que aún especulan con teorías imposibles.
Porque más que un robo, es un espejo.
Uno donde Japón descubrió que hasta los crímenes pueden tener belleza narrativa, que la perfección es a veces una herida… y que hay misterios que prefieren no resolverse nunca.
Un 10 de diciembre, un ladrón sin nombre, un auto que se pierde en el invierno.
Y un país que, 57 años después, sigue preguntándose cómo alguien pudo desaparecer tan limpiamente… sin dejar más rastro que una leyenda.

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