📍Washington / Tōkyō | 3 de mayo de 2025
En medio de tensiones crecientes por el rumbo del comercio internacional, el gobierno de Donald Trump sorprendió una vez más al mundo con una medida que sacude directamente la columna vertebral de la economía japonesa.

Hoy sábado, Estados Unidos activó un arancel adicional del 25% sobre motores, transmisiones y otras partes esenciales de automóviles importadas desde el extranjero, incluyendo Japón.
Esta medida se suma al arancel del 25% ya impuesto a los automóviles completos desde abril, y está justificada, según Washington, bajo la Sección 232 de la Ley de Expansión Comercial, que permite restricciones si las importaciones amenazan la seguridad nacional. Pero ¿qué tiene que ver un motor japonés con la seguridad de Estados Unidos? Esa es la pregunta que hoy se hacen tanto en Tokio como en Detroit.
Más que cifras, se trata de vidas y empleos
Para muchos japoneses, esto no es solo una cuestión de comercio o estadísticas. Es el pan de cada día. Las autopartes japonesas no solo son una de las principales exportaciones hacia Estados Unidos —con un valor superior a 1.23 billones de yenes en 2024, según datos del Ministerio de Finanzas—, sino que también representan miles de empleos en fábricas que abastecen esa demanda internacional.
En lugares como Yokohama, el impacto ya se siente. Allí, la empresa Nippon Seiki (ニッパツ) ha anunciado que trasladará parte de su producción a Estados Unidos. Sin embargo, no todo es tan simple. En palabras de uno de sus gerentes de planta:
“Los costos laborales en EE. UU. son el doble que aquí. Además, conseguir los mismos materiales allá no es inmediato. Si esto continúa, no podremos sostenernos sin subir precios o reducir operaciones.”
La realidad es que la deslocalización no es una solución inmediata, y muchas pequeñas y medianas empresas proveedoras que dependen de grandes fabricantes, como Toyota o Honda, ya están revisando sus contratos y ajustando planes para el resto del año.
Una estrategia que obliga a elegir entre eficiencia y supervivencia
Trump sostiene que su objetivo es «reconstruir la industria automotriz nacional», y para ello ofrece un alivio temporal: durante el primer año, los fabricantes en EE. UU. pagarán solo el 3.75% del valor del vehículo en aranceles, si el auto fue producido en territorio estadounidense. Es una zanahoria… que también lleva un garrote.
En resumen: «Si quieren seguir vendiendo en Estados Unidos, vengan a fabricar aquí.»
Sin embargo, este enfoque ignora que la industria automotriz es hoy una red global de producción. Empresas estadounidenses también importan partes de Japón, México, Alemania o Corea. Como comentó un ingeniero de una planta de Detroit:
“Imponer estos aranceles es como cortarse una pierna para obligar al pie a quedarse quieto.”
Respuesta desde Japón: entre la firmeza diplomática y la cautela empresarial
El primer ministro Ishiba Shigeru expresó su decepción ante la prensa desde la residencia oficial:
“Es extremadamente lamentable. Continuaremos insistiendo en que se revise esta medida.”
Pero más allá del tono diplomático, el gobierno japonés sabe que está ante una prueba compleja de equilibrio, donde debe proteger los intereses de sus empresas sin romper los lazos con uno de sus principales socios comerciales y aliados militares.
Por su parte, las grandes corporaciones como Toyota y Denso ya anticipan una estrategia defensiva. En la última rueda de prensa, Ito Koichi, presidente de Toyota Industries, no descartó trasladar el impacto de los aranceles al consumidor final:
“Si esta política continúa, tendremos que revisar precios, renegociar contratos y considerar dónde y cómo fabricamos nuestros productos.”
Hayashi Shinnosuke, CEO de Denso, fue más enfático:
“Es un momento de cambios muy rápidos. Hay que tener la antena siempre alerta. Lo que hoy es cierto, mañana puede no serlo.”
Consecuencias para los trabajadores extranjeros en Japón
La reciente imposición de aranceles del 25% por parte de Estados Unidos a las autopartes importadas ha generado preocupación en la industria automotriz japonesa. Aunque el gobierno japonés está negociando con EE. UU. para mitigar estos aranceles, la incertidumbre persiste.
Los trabajadores extranjeros en Japón, que constituyen una parte significativa de la fuerza laboral en la industria automotriz, podrían verse afectados por esta situación. La reducción de la demanda de exportaciones podría llevar a ajustes en la producción y, en consecuencia, afectar el empleo en este sector.
Es fundamental que las autoridades y las empresas consideren medidas para proteger a estos trabajadores y garantizar la estabilidad laboral en medio de las fluctuaciones del comercio internacional.
Esta disputa comercial pone en evidencia que en un mundo interconectado, las decisiones políticas de un país pueden dejar sin sustento a familias enteras al otro lado del océano.
En Japón, los trabajadores extranjeros ya viven con la incertidumbre constante de la renovación de visas, las barreras del idioma y la discriminación. Ahora, además, deben enfrentar una amenaza económica sobre la que no tienen voz ni voto.
¿Y ahora qué?
Lo que sigue es un periodo de revisión de estrategias, renegociación de cadenas de suministro y presión diplomática. Lo que se juega aquí no es solo la venta de autos, sino el modelo mismo de globalización que ha definido la economía de las últimas décadas.
En los próximos meses, Japón deberá decidir si apuesta por una adaptación dolorosa o si encuentra aliados en otros países igualmente afectados para hacer frente a la política arancelaria de EE. UU.
Mientras tanto, en las fábricas de Kanagawa, Aichi o Fukuoka, los trabajadores seguirán haciendo lo que saben hacer: construir con precisión, esperando que la política global no termine por desarmar el motor que ellos ensamblan cada día.

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