Tres jóvenes brasileños detenidos tras estrellar un coche contra una relojera en Tochigi: el golpe terminó sin botín, pero con cárcel.
📍Tōkyō | 7 de noviembre
A las 3:00 de la madrugada del pasado 16 de junio, las calles dormidas de Sano, en Tochigi, escucharon un estruendo seco: un auto que se estrellaba contra el escaparate de una tienda de relojes. El vidrio blindado se hizo añicos, el silencio se llenó de alarmas, y la noche —que hasta entonces olía a verano— se volvió una escena de confusión y luces parpadeantes.
Dentro del vehículo, tres jóvenes de nacionalidad brasileña, apenas en sus veinte años, temblaban entre el miedo y la adrenalina. Uno de ellos el sospechoso Christian Pereira Machii (クリスチャン・ペレイラ・マチイ). Detrás de él, una voz invisible, al otro lado de una aplicación cifrada llamada “Signal”, les había dado las órdenes: “entra, toma lo que puedas, y corre”. Pero el plan falló.
Las puertas no cedieron. Ningún reloj fue robado. Solo quedaron los cristales rotos y una deuda de 8 millones de yenes en daños.
Horas después, en Toyohashi (Aichi), la policía tocaría las puertas del pequeño apartamento donde vivían. No había lujo, ni relojes, ni rastros de éxito. Solo teléfonos con mensajes borrados y el eco de una vida sin rumbo claro.
“Yo manejé… pero no sabía que era para eso”, murmuró uno. Otro bajó la cabeza y admitió todo. El tercero calló. El silencio, a veces, pesa más que la confesión.
La unidad conjunta de Tokio, Tochigi y Osaka reveló que los tres eran “ejecutores” en una red criminal anónima: hombres que no se conocen entre sí, reclutados con promesas rápidas a través de apps y grupos cerrados. Un crimen sin rostro, sin país, sin empatía.
Y en el fondo, una tragedia moderna: jóvenes migrantes perdidos entre la precariedad y la tentación digital, en un Japón donde la soledad también se mide en bytes cifrados.
En la tienda, días después, el dueño barrió los últimos pedazos de vidrio. “Era mi negocio de toda la vida… los relojes no valen tanto como el tiempo que me costó levantarlo”, dijo mirando la vitrina vacía.
El reloj de pared que sobrevivió el impacto aún marca las 3:00, la hora en que el sueño de tres jóvenes —y la tranquilidad de un barrio— se detuvieron.
Marco legal
Tentativa de robo, daños y crimen organizado en Japón
🏛️ 1. Base del delito principal: tentativa de robo (窃盗未遂罪 – Settō misui-zai)
El Código Penal japonés (刑法 Keihō) tipifica el robo en su Artículo 235, castigando con hasta 10 años de prisión o multa de hasta 500,000 yenes a quien “sustraiga ilegalmente la propiedad ajena con ánimo de apropiación”.
Sin embargo, en este caso los sospechosos no lograron sustraer los bienes, por lo que se les imputa “tentativa de robo”, prevista en el Artículo 243 (未遂罪 Misui-zai), que establece que la tentativa de un delito es también punible, aunque con una reducción discrecional de la pena según el grado de ejecución.
En otras palabras: aunque no se robaron los relojes, el mero hecho de romper el escaparate e intentar ingresarconfigura la tentativa delictiva.
👉 Pena orientativa: entre 1 y 7 años de prisión, dependiendo de la violencia ejercida, los daños y la intención comprobada.
💥 2. Daños materiales intencionales (器物損壊罪 – Kibutsu sonkai-zai)
El impacto del automóvil contra la tienda, que ocasionó pérdidas de unos 8 millones de yenes, activa además el Artículo 261 del Código Penal, relativo a la destrucción o daño de propiedad ajena, con penas de hasta 3 años de prisión o multa de hasta 300,000 yenes.
Al haberse usado un vehículo como herramienta para forzar una entrada, el acto puede considerarse agravado, especialmente si la intención del daño era facilitar otro delito (robo).
📱 3. Asociación delictiva y coordinación digital (共謀共同正犯 – Kyōbō kyōdō seihan)
La investigación conjunta de las policías de Tokio, Tochigi y Osaka apunta a que los sospechosos formaban parte de una “red criminal organizada” y recibían órdenes mediante la app cifrada Signal.
El Artículo 60 del Código Penal permite imputar como coautores (共同正犯 kyōdō seihan) a todos los involucrados, incluso si no ejecutaron directamente el delito, cuando existió colaboración o conspiración previa (共謀 kyōbō).
Además, si se demuestra una estructura jerárquica —con un “autor intelectual” o “instructor digital”— podrían añadirse cargos por dirección o instigación (教唆罪 kyōsa-zai), del Artículo 61, y complicidad (幇助罪 hōjo-zai) del Artículo 62.
🌐 4. Elemento transnacional y cooperación policial
El hecho de que los tres sospechosos sean ciudadanos brasileños residentes en Aichi y que existan conexiones con otros robos en Tokio permite aplicar el Artículo 2 del Código Penal, que extiende la jurisdicción a delitos cometidos por extranjeros dentro del territorio japonés.
El caso, al involucrar comunicación cifrada y desplazamientos interprefecturales, ha sido tratado bajo una unidad conjunta (合同・共同捜査本部), lo que refuerza la aplicación de protocolos de cooperación policial interregional y transnacional.
⛓️ 5. Posibles agravantes
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Uso de vehículo como herramienta delictiva (破壊侵入 haken shinnyū).
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Crimen en grupo o con planificación previa (組織的犯行 soshikiteki hankō).
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Riesgo para la seguridad pública o peatonal durante el impacto.
De comprobarse estos factores, el tribunal podría aplicar agravantes conforme a los artículos 60, 61 y 243, lo que elevaría la pena efectiva a entre 5 y 10 años de prisión.
🧭 Conclusión jurídica
El caso de los tres jóvenes brasileños representa una nueva modalidad de robo frustrado digitalmente coordinado, donde el uso de comunicación cifrada (Signal) y la movilidad interprefectural desafían los esquemas tradicionales de investigación.
Aunque no hubo víctimas ni sustracción material, la intencionalidad clara y la coordinación estructurada son suficientes, según la legislación japonesa, para imputar tentativa de robo agravada y destrucción de propiedad, bajo una posible acusación conjunta de crimen organizado.

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