Japón celebra el milagro silencioso del crecimiento

 


📍Tōkyō | 15 de noviembre


En Japón, hay días en que el tiempo parece detenerse. El 15 de noviembre es uno de ellos. Shichi-Go-San —la ceremonia para niños de 3, 5 y 7 años— transforma templos y santuarios en pequeños escenarios donde la infancia se vuelve sagrada.

Desde el siglo XVII, cuando la familia Tokugawa rezó en 1681 por la salud del pequeño Tokumatsu, hijo del futuro shōgun Tsunayoshi, este rito se convirtió en un lazo que une generaciones enteras.

En aquel entonces, el 15 del mes 11 del antiguo calendario era un “día sin demonios”, un día en que los malos espíritus no podían caminar sobre la tierra. Un día perfecto para pedir protección.

Hoy, siglos después, miles de familias atraviesan los torii con la misma emoción: esperanza, gratitud, nostalgia.

 

Ofrendas que cuentan historias

A los 3 años, se celebra el “kamioki no gi”, el momento en que los niños dejan atrás la costumbre antigua de rasurar su cabeza y comienzan una nueva etapa con el cabello creciendo libremente.

A los 5, los niños se ponen por primera vez un hakama.

A los 7, las niñas visten un cinturón de obi como las mujeres adultas y dan un paso simbólico hacia la autonomía.

Nada es casual. Cada gesto, cada cinta, cada nudo, cada prenda es un mensaje silencioso que los padres dirigen al futuro.

 

El sabor de la larga vida

La escena más tierna ocurre cuando los padres entregan la 千歳飴 (chitose-ame), los caramelos largos y delgados teñidos de rojo y blanco que representan el deseo más universal del mundo: que sus hijos vivan, crezcan y encuentren felicidad.

Los caramelos vienen dentro de bolsas decoradas con grullas, tortugas, pinos, bambú o ciruelos: símbolos japoneses de longevidad y prosperidad. No solo son dulces. Son pequeñas promesas envueltas en papel.

 

Un puente hacia la juventud

Y hay un homenaje más moderno:

el 15 de mayo, Japón celebra el “Seishun Shichi-Go-San”, una versión juvenil para quienes dejaron atrás la niñez pero caminan hacia la adultez —13, 15 y 17 años—, como un recordatorio de que cada transición también merece un deseo, una palabra de aliento, un rito.

 

Un país que mira a sus niños y agradece

En un Japón que envejece, Shichi-Go-San se ha vuelto mucho más que tradición. Es un recordatorio emotivo, casi íntimo, de que cada niño es una bendición, una chispa de futuro.

En los templos, entre fotografías, risas nerviosas, pasos torpes en geta y manos tibias entrelazadas, se escribe todos los años el mismo mensaje:

“Gracias por llegar hasta aquí. Sigue creciendo. Sigue brillando.”

 




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